lunes, 12 de septiembre de 2011



Empecé a escribir esta columna varias veces ya. Dos cafés de por medio, la nariz tapada, y abstinencia de nicotina. Es difícil contar lo que pasa en dos meses en tan solo algunos centenares de caracteres. Hay que ordenar los sucesos en la mente, ser fiel al estilo, priorizar detalles, descartar otros, pero más que nada reubicar al lector en esto que se hace llamar una crónica. Estimo que la manera más correcta de ubicarnos, sería citándome a mí misma hace unas cinco semanas, en un escrito anterior, donde dije "En algunos casos, hasta podemos tener sexo con un amigo (no soy partidaria de eso), sin embargo aquí no aseguro el desenlace." Como diría Justin Bieber, nunca digas nunca. Abro aquí el capítulo que pasaré a llamar: señor Blanquito.

El señor Blanquito irrumpe en mi vida varios meses atrás, cuando retomo actividades laborales y sociales luego de tres meses de encierro a causa de una fractura de peroné, que incluyeron cuestionamientos, tristeza, ruptura de pareja, y demases. Comenzó siendo un simple compañero, apenas un conocido, que veía esporádicamente a causa de mis labores habituales. Poco a poco fue convirtiéndose en una persona querida, en un confidente, en un amigo. Harto estuvo de escuchar mis historias con algún chongo, detalladas hasta el cansancio, mientras sumaba decimales en alguna planilla. De contarme sus peripecias amorosas, sus aventuras adolescentes, sus chistes ñoños. Poco a poco mi cariño por este ser con cuerpo de Ken inflado fue acrecentando y demostrándose en abrazos, cariños, cosquillas. De a poco fuimos adquiriendo un contacto corporal familiar, un lenguaje particular, cierta sincronía. Y en algún momento, me di cuenta que me gustaba.

A ver. Quiero aclarar lo siguiente, sin miedo de que Blanquito se entere, porque ya se lo he dicho en reiteradas oportunidades: Blanquito no responde en ningún aspecto a la persona "soñada", a quien "espero", a quien me inculcaron merecer. Es una persona normal, en una situación laboral, académica, de vivienda y de inquietudes similar a la mía. No tiene soñadores proyectos ni la vida resuelta. No vive rebosante de felicidad, pero se lo ve bastante contento. También se lo ve algo cansado, y hasta hace un tiempo hasta se lo veía algo gordo. Incluso, es algo más chico que yo. Sin embargo, tiene algo que lo hace encantador (todavía todos nos preguntamos cómo carajo hace para levantarse minas tan potras). Y creo saber qué es. Blanquito tiene la capacidad de reírse de sí mismo. No tiene mucho cuidado en ser fachero, en ser canchero, en ser exitoso ni en ser un pija. Blanquito es como es, tiene valores admirables que pude apreciar siendo su amiga y compañera. A Blanquito, un día, lo vi de otra forma. Le dije que quería irme con él y, haciendo una maniobra exquisita para no ser descubiertos, nos encontramos uno con el otro. De eso pasó más de un mes y, ahora, este personaje está durmiendo en mi cama, de madrugada, mientras yo escribo estas columnas y trato de darle un hilo a todo esto sin que suene demasiado rosa, pero tratando de ser honesta.

Blanquito me gusta. Es claro. Como siempre, en mi interior luchan dos grandísimas fuerzas, las emociones y la razón. Dos enormes potencias que se retan constantemente, y de las cuales muchas veces dependen los desenlaces de cualquier aspecto de nuestras vidas. Siendo sincera, y reconociéndome como una persona altamente emocional, mi corazón decidió muchas veces en cuestiones donde solamente hacía falta un poquito de seso, poniendo en riesgo pilares importantísimos como mi salud física y mi integridad mental. Y el caso de Blanquito es un caso donde mis dos grandes titanes exponen demasiados aspectos.

Quiero decir. Blanquito ES mi amigo. Es una persona con la cual fui construyendo un vínculo desinteresado semana a semana, con quien nos hemos confiado tantas cosas, de quien escuché y a quién hice escuchar los más diversos consejos, opiniones, y experiencias. Claramente, lo quiero, de una forma sana, amistosa, y fluida. Un día, esa persona estaba adentro de mi celular, de mi computadora, de mis pensamientos, y hasta dentro de mi propio cuerpo. Es esperable entonces que, racionalmente, aparezcan miedos, sospechas, arrepentimientos, y lo peor de todo, PREGUNTAS. La más reiterada es aquella que me asalta en momentos inesperados, como ahora, cuando me cuestiono ¡¿QUE CARAJO HACE BLANQUITO EN MI CAMA?! ¡¿COMO Y CUANDO DEJÉ QUE PASE TODO ESTO?! Al comienzo, una coraza defensiva lo agredía sutilmente, ignoraba sus demostraciones, e incluso me mostraba magnificados todos sus defectos. Poco a poco, esa armadura fue aflojando, y ahora me encuentro extrañamente relajada.

Tal vez abrazándolo como nunca y diciéndole cuánto lo quiero, como siempre.-